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Tecnicamente (one-shot) (Bol/femChi)

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Llegaba esa fecha en el año escolar en que Julio se preguntaba una sola cosa: ¿Quién fue el egocéntrico al que se le ocurrió inventar un día para comprar y regalar flores?

No, no se refería a San Valentín, eso sería menos tortuoso porque al menos tendría la posibilidad quedarse en casa mirando televisión o perdiendo el tiempo en videojuegos. Se refería a esa ficticia fecha en que los alumnos de su escuela se enviaban flores entre ellos para demostrar su amistad, compañerismo o amor. Sinceramente, no comprendía quién en su sano juicio inventó esa actividad.

–…las blancas son de amistad y las rojas… –Continuó explicando Itzel, una de las encargadas del evento.

Como cada año, tenía que escuchar la explicación sobre los precios, colores y significados de cada flor, y de si entregarlo como anónimo o no. Observó a sus compañeros de clase, preguntándose cómo podían gastar su dinero en algo que podrían hacer por iniciativa propia y, seguramente, por un precio más económico. Lo único bueno de esos días era que interrumpían las clases por cinco o diez minutos para explicar el evento, y entregar los obsequios.
Para su fortuna el timbre anunció el fin de la jornada y el regreso a casa. Bostezó e ignoró olímpicamente el pequeño tumulto de personas que se formaba alrededor de los encargados para preguntar cuándo pasarían por el dinero o cuántas rosas podían comprar por persona. Antes de salir del salón miró fugazmente a las personas encargadas del evento, entre ellas estaba su hermano, Miguel. Suspiró al recordar que tendría que esperarlo.
Se mantuvo parado contra la pared, observando cómo la gente entraba y salía de la clase, hasta que solo quedaron otras dos personas que ni eran de su salón, sino amigas de su hermano: Francisca y Manuela.

–Entonces, tres flores blancas para tus hermanos… –repitió Miguel en voz alta mientras anotaba el pedido de Francisca y se enfocaba en Manuela. – ¿Tú no comprarás nada, Manu?
La chilena negó con la cabeza. –Estoy bien así.
– ¿Segura? Es para una buena causa.
–Mejorar la fiesta de fin de año no es “una buena causa”, Miguel…
Francisca intervino. –Este es nuestro último año, sería lindo que le regalaras flores a alguien.
–Pero es mucho dinero…
Julio rodó los ojos. –Solo compra algo para que podamos irnos, pues.

Los mayores enfocaron su mirada en él, quien desvió la vista al suelo al sentirse incómodo. No se llevaba ni mal ni bien con los amigos de su hermano, a excepción de Manuela. Con ella discutía desde que tenía uso de razón y estaba seguro que ninguno de los dos recordaba el por qué.

–No te metai, weón. –Manuela frunció el ceño y sacó su billetera del bolsillo, –bien, entonces… dos rosas blancas, una para mi hermana y otra para Francisca.
–Pero yo estoy aquí…
–Igual.
Miguel rió. – ¿Y para Martin y para mí, pe?
– ¡Por eso no quería comprar ni una wea, po!

Agradeció el momento en que lograron terminar la transacción e ir a sus respectivos hogares.
No le interesaba el tema de las flores, no porque no fuera a recibir alguna, por el contrario: había comprado una blanca para su amiga María, y a su vez, él recibiría una de ella y de Miguel. La única razón por la que detestaba esa fecha era porque sus compañeros de clases se contagiaban de un egocentrismo insoportable a la hora de hablar de declaraciones de amor o cuántos amigos tenían.

–El año pasado recibí una flor roja anónima. ¿Crees que fuera de Panchita? Estaba pensando en enviarle una este año sin anónimo, creo que le gustará, podrían ser cuatro rosas, como un pequeño ramo.

Corrección: lo que más detestaba era escuchar a su hermano hablar de los regalos que recibiría y pensaba dar, especialmente cuando lo distraía de ver la televisión. Y por si fuera poco, en esas fechas ocupaba más de la mitad del sofá en contar el dinero y revisar el cuaderno que usaban para el inventario.

La voz de su abuelo retumbó desde el segundo piso, llamando al mayor de sus nietos. Miguel gritó que ya iba y dejó las cosas tal cual, tiradas sobre el sofá y el suelo. Julio ignoró las pertenencias abandonadas hasta que empezaron los comerciales, y empezó a dirigirles una mirada fugaz cada cierto tiempo hasta que la curiosidad ganó y revisó el cuaderno.
Dividido en dos partes, Julio se concentró en la sección de “flores para entregar”. Buscó su salón de clases, descubriendo que, efectivamente, recibiría una rosa de María y otra de su hermano, al igual que una blanca anónima. Por un segundo estuvo tentado a revisar la sección “flores compradas”, pero entonces escuchó un sonido que lo alerto y por escasos segundos cerró el cuaderno por si llegaba Miguel. Al comprobar que nadie se acercaba, continuó curioseando en la sección de “flores para entregar”, costaba diferenciar para quién era cada flor debido a que estab organizado por apellidos y la inicial del nombre. Contó el número de personas, faltaban nombres, seguramente algunas no recibirían nada ese año o ese mismo día les comprarían algo.
Miró otros salones para ver qué recibirían sus conocidos, estaba seguro que en años anteriores muchos habían exagerado al presumir. Daniel recibiría dos flores blancas de sus primos y una roja de una estudiante de intercambio, Francisca recibiría un número exagerado de flores blancas y la roja de Miguel, éste y Martin solo recibirían rosas blancas, Sebastián dos blancas y una roja, María recibiría dos rojas y cuatro blancas. Ante lo último negó con la cabeza, no podía creer que los cuatro hermanos se regalaran flores blancas entre sí.
Cuando terminó su lectura algo lo inquietó, volvió a revisar el cuaderno, buscando un apellido y sigla en específico, pero no aparecía. Verificó en otros salones ante la posibilidad de un error, pero no encontró nada. El “González M.”  no aparecía por ningún lado. No entendía cómo podía ser posible, estaba seguro que al menos Francisca le daría una flor, pero el nombre de Manuela no estaba en el cuaderno.

Al escuchar unas pisadas se apresuró en cerrar el cuaderno y dejarlo donde estaba; para su fortuna, Miguel no se percató de la intrusión, y se limitó a tomar el inventario y continuar con su labor.
Julio se removió en su lugar, tocando un mechón de su cabello sin darse cuenta. Consideraba imposible que la chilena no recibiera nada: mínimo Francisca, Martin o su hermano le debían dar algo, o al menos Tiare. Tragó saliva y observó a Miguel de reojo; existía la remota posibilidad de que se hubiera equivocado de apellido.

–Bro…
– ¿Sí?
– ¿El apellido de Manuela es González, verdad?
Miguel asintió con la cabeza. –Creo que es González Rodríguez, si no me equivoco. ¿Por qué lo preguntas?
Se mordió el labio, incómodo. –Solo lo olvidé.

No había ni Gonzales M, ni Rodríguez M en las listas, había encontrado el primer apellido pero de alguien cuyo nombre empezaba con “J”, posiblemente un alumno nuevo que no conocía. Subió los pies al sofá y miró la pantalla con la mente en otros asuntos. No le importaba si Manuela recibía o no una flor, después de todo, era un estúpido evento sin significado real. Era un mero invento de las escuelas para recaudar fondos, sin embargo, el que Miguel actuara como si nada y hubiera incitado a la chica a comprar flores, lo molestaba. Al parecer, nadie se detuvo a pensar en cómo se sentirían las personas que no recibirían nada.
Continuó mirando su programa; en tres días Miguel iría a comprar la mercancía al por mayor, seguramente para entonces el nombre de Manuela aparecería en las listas.


¿Quién fue el idiota que lo mandó a revisar el cuaderno de su hermano? Esa pregunta lo atormentaba el lunes en la mañana cuando las primeras flores empezaron a repartirse. Para esa hora del día, él ya tenía las suyas en mano. Observó con desgano las que le habían obsequiado y recordó el haber entrado a escondidas al cuarto de su hermano la noche anterior para revisar el cuaderno, el nombre de Manuela no había aparecido.
En el receso se abrió paso entre la multitud de gente que presumía sus flores en los pasillos, y buscó con la mirada a Manuela. Se encontró con María, quien lo abrazó para agradecerle el obsequio, pero no se topó con la chilena. No estaba en el salón de clases o con Francisca y Martin. Refunfuñó ante su fracaso pero siguió buscándola en los siguientes recesos.
Fue en la biblioteca cuando al fin la encontró, las clases habían terminado y ella se dedicaba a leer un libro de poesía. Desde la puerta Julio observó sus cosas, no había flores a la vista, ni en la mesa ni asomadas en la mochila. Tragó saliva; Manuela no había recibido nada.
Nuevamente se repitió que ese no era su problema, sin embargo, no podía evitar imaginarse que en el fondo la chica estaba triste, que había deseado recibir algo al igual que el resto del colegio. Pensó en la posibilidad de que por eso estuviera en la biblioteca, intentando matar el tiempo para no escuchar a los demás hablar de los regalos que les habían dado.
Fue a la habitación en la que se guardaban las flores, en cuanto entró se encontró con baldes vacíos, pétalos y pedazos de tallos en el suelo… y a Itzel y Blanca comentando emocionadas que podrían contratar una banda para tocar en vivo. Decidió irse antes que la indignación le ganara y terminara gritándoles que cómo se atrevieron a permitir que su propia compañera no recibiera nada.
Intentó olvidar el asunto con todas sus fuerzas, pero apenas dio un paso fuera del recinto, una idea cruzó por su mente; Manuela no le interesaba en lo absoluto, y si no había recibido flores era por su horrible carácter… no obstante, no podía quedarse de brazos cruzados sin hacer nada.


La chilena observó su celular antes de cerrar el libro; las clases extracurriculares debían estar por terminar y era hora de regresar a casa. Guardó sus cosas y se despidió de la encargada de la biblioteca. Mientras bajaba las escaleras desiertas, agradecía el ya no tener que lidiar con cientos de flores dando vueltas por ahí. La celebración no le molestaba, pero sí aquellas personas que con voces chillonas y egos inflados presumían los obsequios recibidos.
Cuando casi llegaba al primer piso encontró a Julio sentado en los escalones. Se preguntó que hacia ahí, estaba segura de haberlo visto en la biblioteca casi una hora atrás, pero no creyó que siguiera en la escuela. Encogiéndose de hombros retomó su camino, apenas dedicándole un “chao” de cortesía.

–Oye.
…pero fue detenida por la voz de Julio. Con un suspiro Interrumpió su andar y giró para verlo, adivinando lo que quería decir.
–Si vas a preguntar por Miguel, debe estar con…

No pudo terminar, a media oración el boliviano dejó al descubierto una rosa azul… y se la extendió.
Desconcertada, la chica miró la flor por eternos segundos antes de observar al chico, repitiendo esta acción unas cuantas veces más, sin entender qué hacía con eso o por qué se la mostraba. Lo único que sabía era que Julio evitaba mirarla, y que podía distinguir un tenue sonrojo en sus mejillas. En el fondo Manuela sabía lo que el boliviano intentaba decir sin palabras, pero su mente se negaba a creerlo.

–Tómala… –Pronunció Julio, como si al decir esa palabra se le hubiese acabado el aire. En su voz se evidenciaban nervios bien camuflados.

Solo entonces las mejillas de Manuela adquirieron un leve tono carmín y su rostro se llenó de incredulidad. Volvió a observar la flor, dudando si recibirla o no. Era extraño, demasiado raro para su gusto.

– ¿Por qué…? –No quería pensar en la posibilidad de recibir una declaración por parte del moreno, menos ese día.
Julio se removió y, sin desearlo, nuevamente empezó a jugar con su mechón de cabello.
–No te dieron nada. –Afirmó. –Solo tómala antes de que me arrepienta.

Ante tal declaración Manuela no supo cómo responder, simplemente se limitó a aceptar el obsequio y se quedó mirándolo, aún con la duda impregnada en la cara.

– ¿De dónde sacaste que yo…?

Nuevamente fue interrumpida.

–No salía tu nombre, solo un tal González J. –Explicó rápidamente, ante la anonada expresión de la chica. –Me sorprende que Miguel y Francisca te presionaran para comprar si ninguno de ellos pensaba darte algo. Supongo que son tal para cual. –Bufó.
Manuela miró nuevamente la flor y sonrió con algo de burla, sin creer lo que estaba ocurriendo. –Entonces… ¿porque no viste “González M” me regalas esta rosa?
–Es una rosa azul. –Explicó, –y técnicamente las rosas azules no existen, así que técnicamente no te estoy regalando nada, y técnicamente este momento nunca ocurrió y…  –Nuevamente fue víctima de los nervios, era consciente que su fundamento carecía de sentido, –y ya te la entregué así que me voy.

Ni bien terminó de hablar se retiró con las mejillas y orejas ardiendo. No le había entregado una flor con significado emocional como las del evento, ni siquiera fue por simpatía, sino por lástima… o al menos eso se repetía. No quería meditar mucho sobre el asunto, ni recordar los días en que estuvo preguntándose si nadie le regalaría algo a la chilena, ni en las noches en que aprovechó los descuidos de su hermano para revisar el inventario. No hizo todo eso porque sintiera algo de afecto por la chilena, solo fue lástima.
Manuela suspiró y se sentó en las escaleras, observando fijamente la rosa azul. El gesto de Julio era enternecedor pero…

-¿Y esa rosa?

Alzó la mirada y se encontró con Francisca, quien llevaba consigo un gran ramo de flores. La recién llegada se sentó a su lado, sin apartar su curiosa mirada de la flor. Manuela sonrió, pasando la yema de su dedo índice por el tallo sin espinas.

-Regalo de un tarado que no sabe que mi primer nombre es “Josefina”, no “Manuela”.

Sin darse cuenta sus mejillas se tornaron de un delicado rosa al recordar la expresión de Julio. Pudo haberle explicado que el tal “Gonzales J” era ella misma, pues parecía que el boliviano había olvidado que “Manuela” era su segundo nombre y que solo lo usaban para decirle “Manu” en vez de “José”.

Francisca rió. –Estás roja.
Frunció el ceño. –No empieces… ¿y a ti cómo te fue con Migue?
Esta vez fue la ecuatoriana la que se ruborizó. –Te lo cuento camino a casa… ah, tus flores. –Le entregó la mitad de su ramo, tres blancas.

Con sumo cuidado Manuela colocó la rosa azul en medio de las blancas y suspiró.

-Espero que Itzel no se lo diga a nadie…

Francisca aguantó la risa, ese año Julio y Manuela habían intercambiado flores, pero sería un secreto que quedaría entre pétalos azules y anonimatos.


FIN
Publico esto a menos de 12 horas de hacer mi defensa de tesis.
Para los que no saben lo que es una defensa de tesis, es, como dice el nombre, cuando uno defiende la tesis y en el caso de aprobar termina la carrera universitaria.

Este one-shot es la corrección de uno que escribí en Abril de 2015 y que solo fue publicado en un mini-evento que realice, que básicamente fue publicar un one-shot por día por el cumpleaños de mi amiga Blancherries ... cosa que al final no complete... y aún le debo. Esos one-shot no fueron publicados en DA porque muchos eran de baja calidad y aquí solo subo mi mejor material. Si alguien va a mi tumblr a leerlos y encuentra uno que le guste y que crea merecedor de DA, no dude en decírmelo.

Como aclaración, al menos en Chile (o en los colegios a los que asistí), a veces se vendían flores para recaudar fondos y cada una tenía un significado. Desconozco si en otras partes del mundo también lo hacen.

Ahora me retiro, debo practicar una última vez y luego rogar que me vaya bien y apruebe sin problemas. Les contare si fracaso xD


Personajes principales:

Bolivia (Julio Paz) © ~narusasuchan
fem!Chile (Manuela González Rodríguez) © ~Rowein
© 2016 - 2024 Lineil
Comments13
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KururuRyu's avatar
Awww, más tiernos :heart: :heart:
Concuerdo con Julio ¿Quién fue el egocéntrico al que se le ocurrió la idea?

Extrañaba leer tus historias :)

Suerte con la defensa de la tesis bonita

Besitos Beso / Kiss Beso / Kiss